En nuestra columna anterior planteamos con firmeza que “la diversidad no es excepción, es la norma”. En nuestras salas de clases cohabitan niños diversos en lo más amplio de la palabra. Sus necesidades, preocupaciones, personalidades y estilos de aprendizaje son únicos e inherentes a cada uno de ellos. La escuela por ley de la República hoy está mandatada a visualizar, reconocer y asumir esa diversidad cognitiva y a actuar en consecuencia. Pero ese llamado y mandato a asumir la inclusión, uno de los pilares fundamentales de la reforma, que se hace a la escuela, en realidad ¿a quién se le hace? ¿Quién es esa Escuela?
Los llamados a hacer realidad la inclusión son los docentes. Son ellos quienes en el aula están siendo constantemente interpelados por sus alumnos que quieren convertirse en aprendices expertos para poder correr efectivamente esta carrera de vida de constante aprendizaje. El desafío es enorme, complejo e imperativo a la vez.
El Estado ha entregado recursos económicos para apoyar, a través de personal especializado, a cada uno de los niños en aula y generar adaptaciones curriculares para el logro de los objetivos, sin necesidad de aislarlos de su entorno, y así facilitar el aprendizaje social con sus pares. Nos encontramos con salas de clases en las que además del profesor de aula hay un/a educador/a diferencial, terapeuta, fonoaudiólogo u otro profesional que en tiempo presente y simultáneo se preocupa de los aprendizajes del niño con necesidades educativas especiales permanentes.
¿Qué sucede con este escenario? Los objetivos están planeados para el grupo curso, se adaptan para acoger las necesidades educativas especiales en sala. De esta manera ¿se logra un aprendizaje comunitario o se generan clases paralelas? ¿Es posible, en un ambiente tradicional de clase con un profesor que la dirige, compatibilizar y alinearse con otro docente que interactúa simultáneamente con alumnos en el mismo espacio físico?
El concepto y ejecución de adaptaciones curriculares no tiene larga data en nuestro sistema educacional de aula común, lo que las convierte en temática de discusión incipiente en los centros de formación inicial docente. Cabe entonces preguntar ¿quién es el responsable de concretizar las adaptaciones curriculares: el educador diferencial o el profesor básico? Cada vez se hace más necesario el acompañamiento al profesor básico en esta transición de hacerse cargo de los niños con NEE en su aula, porque si bien las escuelas cuentan con apoyo a los niños diversos en términos cognitivos, éste no se lleva a cabo en cada una de las asignaturas y el responsable último de su bienestar es el profesor/a básico de aula común.
¿Logra un profesor de aula generar adaptaciones curriculares, siendo que en las mallas de las distintas Universidades este es un tema de discusión insipiente en formación inicial docente? ¿Es labor del educador diferencial enseñar e implementar el tema en las escuelas? ¿Quién capacita al docente en ejercicio? Finalmente, se apela a su vocación y cariño por sus alumnos. Ante esto, entendemos que la inclusión es más que buena voluntad y corazón, es un problema de equidad y de brindar a cada uno lo que cada uno necesita, con una formación docente que sea coherente, con una gestión del cambio que no sea parche, sino que realmente contemple instalar procesos de calidad para todos nuestros alumnos.
Los últimos resultados entregados por la Agencia Aseguradora de la Calidad respecto de la prueba SIMCE de Octavo Básico, nos entrega un escenario complejo. La caída en 15 puntos promedio en la prueba de lenguaje nos preocupa ya que es un 5,8% de retroceso que se da en un aula que aún no es inclusiva. ¿Qué escenario enfrentarán nuestros docentes si hoy en esa misma área tenemos un 21, 32 y 52% de niños en el nivel inicial en 2°, 4° y 8° básico respectivamente? Es evidente que se precisa un cambio estratégico y metodológico ya que si hoy, erradamente, se planifica para un alumno promedio inexistente, ¿qué se espera que ocurra en un aula inclusiva en la que a todas luces ya no existirá ese “niño estándar”?
Hoy el peso de la inclusión cae sobre los alicaídos hombros de un profesorado que clama por acompañamiento y apoyo. Más que un par de manos extras en aula, lo que los docentes requieren es de una nueva mirada a su quehacer, un desarrollo continuo de sus competencias a la luz de evaluaciones de desempeño coherentes con la mejora continua y con los aprendizajes de los alumnos en el centro de la discusión.
Chile está jugando en las grandes ligas político-económicas; está enlazado con las más importantes potencias mundiales en términos transaccionales, y por ello y para ello la educación de su población y la formación de potenciales actores laborales en esta sociedad globalizada demanda de una acción efectiva en aula, para así subir la preocupante cifra de solo 360 estudiantes que alcanzaron el nivel 6 en la última participación de Chile en la prueba PISA. Buena voluntad y cariño sobra entre los docentes, lo que se requiere es de profesionalización de la mano del acompañamiento efectivo.
Carolina Meyer O.
Educadora Diferencial
Profesora del Magíster en Dirección y Gestión Escolar de calidad
Rebeca Aguilera S.
Profesora General Básica
Profesora del Magíster en Dirección y Gestión Escolar de calidad