En un restaurante, una familia almuerza. Son tres: papá, mamá y un niño pequeño. Cuando llegaron al lugar, hablaron sobre lo que cada uno quería comer, pidieron sus platos y después cada uno se enchufó a una pantalla: los adultos a sus celulares, el niño a una tableta mediana. Se escuchan videos de Instagram y TikTok de los celulares de los adultos, mientras que en la tableta del niño suena un monito animado popular. Llega la comida y siguen así, comiendo sin darse cuenta de cada bocado, sin conversar, hasta que es hora de irse, Parece fantasía, pero es anécdota.
Cuando hablamos de tecnología digital en la vida de niñas, niños y adolescentes, hablamos de un conjunto de dispositivos y aplicaciones que incluye desde teléfonos móviles, tabletas, videojuegos y redes sociales, hasta plataformas educativas y dispositivos conectados a internet. Estas tecnologías digitales que median la comunicación y el entretenimiento han pasado a formar parte de todos nuestros entornos cotidianos, aquellos donde se aprende, se juega y se construyen relaciones. En su momento, la televisión permeó completamente nuestras vidas y generó discusiones sobre su impacto en el desarrollo infantil y juvenil. El riesgo y la promesa de la televisión se multiplicó exponencialmente y ahora vivimos en una sociedad en la que, aparte de consumir pasivamente contenidos, somos participantes activos generando contenidos y conexiones.
Sabemos que las tecnologías digitales pueden enriquecer la vida de niñas, niños y adolescentes. Sin embargo, su uso indiscriminado, sin límites ni acompañamiento adulto, trae riesgos significativos. Estudios recientes muestran que el exceso de tiempo frente a pantallas se asocia con síntomas de ansiedad, irritabilidad y depresión, además de una menor calidad del sueño, factores que tienen impactos negativos en el desarrollo cognitivo y socioemocional. También se ha documentado un aumento en el aislamiento social y la dificultad para establecer relaciones interpersonales, en particular cuando la mayoría de las interacciones ocurren en entornos digitales. Por otra parte, el sedentarismo derivado del exceso de uso contribuye a problemas de salud como la obesidad infantil.
También sabemos que hay diferencias en el impacto según el tipo de uso. Es bien distinto pasar el tiempo frente a pantallas dedicado a jugar videojuegos sin pausa, consumir contenido pasivamente o usar redes sociales; a pasar tiempo dedicados a aprender, crear o compartir en comunidad. Bien diseñadas, las plataformas educativas pueden fomentar el desarrollo cognitivo, la curiosidad y la creatividad. Durante la pandemia, por ejemplo, las tecnologías digitales fueron fundamentales para sostener el aprendizaje, la salud mental y el contacto con personas significativas.
