Margarita López tenía la corazonada de que Emma, la menor de sus cuatro hijos, nacería con síndrome de Down. Lo supo durante todo su embarazo, a pesar de que los exámenes médicos decían lo contrario: “Yo le hablaba cuando ella estaba en mi vientre, le pedía que me diera una señal y nada. En algún punto decidí hacerme por mis propios medios una prueba llamada amniocentesis, muy costosa, que confirmó que venía con esta condición”, recuerda.
Sucedió en octubre de 2002, Margarita tenía 44 años y casi ocho meses de gestación. No solo se refrendaron sus sospechas, sino que también las del ginecobstetra que le atendía: “Había muchas posibilidades de que ocurriera esto por mi edad. Entonces, mi médico me dijo que pensara en abortar, porque mi hija me dejaría en la ruina, que estos bebés vienen con muchas complicaciones de salud y eso tendría un gran costo”.
Aunque han pasado casi 23 años de aquello y Emma nunca dejó en la bancarrota a Margarita, las madres de los bebés con síndrome de Down en Chile siguen recibiendo una atención sin protocolos claros, con bajos niveles de empatía e información, por parte de profesionales de la salud al momento de conocer el diagnóstico de sus hijos, según un estudio del Instituto Milenio MICARE, publicado recientemente en la revista BMC Pregnancy and Childbirth.
“En general, Chile mantiene prácticas segregadoras, de marginación y estigmatización, hacia las personas con una discapacidad intelectual. Esto proviene del desconocimiento y de mitos construidos socialmente. De ahí que el nacimiento de un bebé con síndrome de Down es tratado como una mala noticia, lo que ya impone un sesgo negativo”, asegura la psicóloga Marcela Tenorio, investigadora principal del estudio y académica de la Universidad del Desarrollo (UDD), en una entrevista con EL PAÍS.