Señor Director:
La aparición de ChatGPT en noviembre pasado marcó una tarea perentoria para los establecimientos escolares e instituciones de educación superior: crear reglamentos que tengan normas claras sobre su uso.
Este modelo de lenguaje, creado por la empresa OpenAI, utiliza la inteligencia artificial denominada Deep Learning (Aprendizaje Profundo) para generar textos coherentes y relevantes como respuesta a preguntas realizadas por los usuarios, por lo que está desafiando a los sistemas de evaluación y métodos de aprendizaje, tal como en su momento lo fueron los buscadores en la web.
En distritos de Estados Unidos, su uso se está prohibiendo en establecimientos educativos.
Sin embargo, los alumnos lo están abriendo desde sus celulares, o bien pirateando su restricción. Prohibirla no llevará a que se deje de usar.
Por el contrario, como educadores tenemos el desafío de incluirlas y crear nuevas estrategias para que el pensamiento crítico y la calidad del aprendizaje no se vean menoscabados.
Tal como mencionó Stuart Selber, profesor de la Universidad Estatal de Pensilvania, en el seminario de inicio de año académico de la Facultad de Educación UDD, como educadores debemos adoptar una postura poscrítica hacia la tecnología: no tenerle miedo, investigarla, identificar sus problemas y promover una sala de clases en que la tecnología se trate como un tema educativo y sea un aporte para el aprendizaje.
Enseñemos (y aprendamos) a cómo usarla correctamente para beneficio de nuestros alumnos.