SEÑOR DIRECTOR:
De cara a un nuevo año escolar, volvemos a tener la oportunidad de generar en los centros educativos espacios que promuevan el florecimiento de toda la comunidad. Y el foco debe estar también en los profesores; conocemos los altos índices de un sostenido estrés docente y las insuficientes herramientas para gestionar las dificultades en contextos emocionalmente desafiantes.
Los lugares de trabajo generan una amplia gama de emociones, las cuales van configurando la experiencia profesional. Por lo tanto, gestionar una respuesta emocional adecuada resulta clave, especialmente cuando se tiene la tarea de formar a niños, niñas y jóvenes, en un mundo marcado por cambios rápidos y con un futuro impredecible.
En la planificación de los centros educacionales ya debe estar considerada la dimensión (socio) emocional de los docentes, con el fin de protegerlos y promover su autocuidado: la asertividad y amabilidad en los procesos de evaluación docente, los aportes que cada uno puede hacer en la rutina cotidiana para un ambiente grato, pueden contribuir a la salud mental de cada profesor. No olvidemos que los eventos negativos influyen cinco veces más en el estado de ánimo que las situaciones positivas, a pesar de que estas últimas suelen ser más comunes que los momentos nocivos (Elfenbein, 2022).
Si a esto le sumamos que hay evidencia sobre que las emociones son contagiosas, resulta clave que tomemos conciencia acerca de su poder. La insipiencia del estado socioemocional de los docentes en el proceso de aprendizaje de niños, niñas y jóvenes, debería ser el impulso para diseñar una educación emocional aquí y ahora: si ellos están bien, los niños y niñas también lo estarán.
Gilda Bilbao Directora del Programa de Formación Pedagógica, Facultad Educación UDD.
