En las últimas semanas hemos sido testigos de problemas serios de convivencia escolar. De acuerdo a datos de la Superintendencia de Educación, el 30% de las denuncias recibidas -hasta ahora- corresponden a casos de violencia escolar. De ellas, la mayoría responde a casos de maltrato físico y psicológico entre alumnos.
Tanto el problema como las soluciones son complejas y difíciles de implementar. Sin embargo, hay oportunidades que están a la mano y que podrían significar una mejora en el mediano y largo plazo. Se trata de ocupar el espacio al aire libre de las escuelas y sus barrios para el bienestar personal y social. La educación al aire libre ofrece oportunidades para el desarrollo de las habilidades interpersonales, la regulación emocional, la autonomía, libertad, juego, gozo, contacto con la naturaleza y experiencias desafiantes que la escuela todavía no parece considerar entre sus planes de mejora de la convivencia.
Estar afuera supone desde luego algunos riesgos como caerse, rasguñarse o golpearse; pero al mismo tiempo genera actitudes de cuidado y confianza justamente porque para trepar te paras en los hombros de un compañero, para saltar te tomas de la mano de la profesora, si te mojas al saltar un charco necesitas que alguien te preste sus zapatillas y si estás cansado puedes cambiar tu postura sin invadir el espacio de los demás. Estar y aprender al aire libre genera una baja de tensión ampliamente reportada en la literatura, permite expandir el cuerpo, mirar el horizonte, moverse con más espacio que en la sala. No estamos hablando de un recreo o de un paréntesis de aprendizaje, estamos hablando de aprender el currículum afuera y desarrollar disposiciones positivas hacia los otros.
Sabemos que hay colegios y jardines que no tienen espacio al aire libre. La invitación es a usar el espacio de la ciudad: la plaza, el cerro más cercano, en el sur un bosque y en el norte una playa. Esto supone convenios, alianzas, colaboración y una política pública que empodere a los/as educadores y profesores a atreverse a sacar a niños y niñas de la sala sin que eso signifique demandas o sumarios.
Hoy en Chile hay profesoras(es), educadoras(es) y académicas(os) que saben cómo hacerlo y pienso que ahora es el momento de sumar. La convivencia escolar tiene una oportunidad y está al aire libre.
Esta columna fue originalmente publicada en cooperativa.cl