Bill Drayton, fundador de Ashoka, la red de emprendedores sociales más grande del mundo, escribió hace un par de años un artículo con plena vigencia hoy y que suena como un grito para quienes nos dedicamos a educar.
El artículo alude a la «nueva desigualdad», aquella que se produce ya no por la diferencia de ingresos, sino por la diferencia de competencias para enfrentar un mundo que cambió radicalmente y al que la escuela todavía no le hace justicia.
Como sabemos, la demanda de trabajo de repetición ha ido disminuyendo de manera exponencial. En el pasado, el valor provenía de la eficiencia en la repetición, las personas aprendían una habilidad (por ejemplo, banquero o panadero) y la repetían de por vida en un lugar de trabajo entre cuatro paredes. Tal era la forma económica, y socialmente validada, para alcanzar su propio desarrollo personal y contribuir al bien común.
Hoy en día, esa contribución cambió radicalmente de paradigma. En un mundo en donde todo cambia incesantemente (y que por lo tanto, obliga a que todo alrededor cambie), se requiere desarrollar habilidades adaptativas compatibles con esta nueva dinámica vital, requiriendo de las personas el actuar y percibirse como actores de este proceso, es decir, como agentes de ese proceso dinámico, a riesgo de quedar totalmente al margen.
Ser agente de cambio requiere entonces habilidades mucho más sofisticadas, prácticamente opuestas a las requeridas en el mundo de la repetición que desparece a la misma velocidad con la que emerge la nueva realidad. Las seis habilidades fundamentales de un agente de cambio son: empatía, mirada de solución, colaboración, pensamiento crítico, pensamiento creativo y mirada global; y la buena noticia es que se pueden aprender y enseñar.
Gran parte de la población mundial ha aprendido a contribuir y adaptarse al cambio, a esta parte de la humanidad le está yendo muy bien, sin embargo, la otra gran parte de la sociedad no posee las habilidades generadoras de cambio necesarias para participar en esta nueva realidad.
El resultado es que el mundo está cada vez más claramente dividido por una nueva desigualdad.
La colaboración de los profesores y líderes pedagógicos con el mundo de trabajo será clave, pues la escuela tiene múltiples demandas y la nueva desigualdad puede no parecer un problema urgente hoy, pero lo será en el contexto laboral y, en ese momento, la escuela habrá perdido su oportunidad. Actuemos ahora y enseñemos a las niñas, niños y jóvenes las habilidades que los convertirán en agentes de cambio, preparados para enfrentar un mundo en cambio permanente.
Esta columna fue publicada originalmente en Cooperativa.cl