Mariana Gerias
Directora Académica
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El coronavirus vino, sin duda, a ponernos a prueba como humanidad. Llegó, en primer lugar, a cambiar nuestros modos de vida: nuestros modos de trabajar, de estudiar, de vestir, de socializar, de compartir. Vino a cambiar nuestras rutinas, a cuestionar nuestras certezas y a flexibilizar nuestras rigideces. Vino a situarnos en un escenario desconocido al que rápidamente tuvimos que adaptarnos. Vino a mostrarnos nuevos espacios y nuevas distancias, nuevos espacios incluso en nuestras propias casas, ya que tuvimos que resignificar ciertos lugares cotidianos. Reencontrarnos con estos espacios ha constituido, para todos, una tarea. Pero reencontrarnos con estos espacios ha significado también reencontrarnos con otros tiempos. Hemos descubierto que “tenemos tiempo”. Algunos han descubierto incluso que les “sobra” tiempo. Habitualmente, tal como ya lo hacía ver Lucio Anneo Séneca (4 a.C.-65 d.C.), filósofo romano en el año 49, el tiempo se nos escapa: “así que a los ocupados sólo concierne el tiempo presente, que es tan breve que no se puede coger, y hasta ese tiempo, inmersos como están en muchas ocupaciones, se les escapa”[1]. O, lo que es peor aún, descuidamos de él: “pero nadie aprecia el tiempo, lo usan con descuido, como si fuera gratuito”[2]. El tiempo, de este modo, se nos presenta inasible, en especial en una época que corre porque siempre está atrasada.
En este contexto, el coronavirus nos sitúa ante el interrogante de qué hacer en y con este tiempo. La respuesta a esta pregunta no es menor. Por primera vez, muchos reconocen“tener tiempo”. Este reconocimiento no significa que antes no lo hayamos tenido, sino que antes nuestros tiempos eran usados u ocupados de formas tan monótonas o rutinarias que ni siquiera nos habíamos dado cuenta que disponíamos de él. La conciencia de tener tiempo, en estos casos develados por la pandemia, es la conciencia de un “no tener que hacer tal cosa u otra”, esto es, implica una suerte de libertad al poder elegir qué hacer. Y esto nos sitúa, no pocas veces ante un problema, ¿qué puedo y qué quiero hacer?
El coronavirus ha puesto al descubierto, en algunos casos, la ausencia de intereses o pasatiempos con los cuales “matar” el tiempo que hoy tenemos. Nos ha situado ante el aburrimiento, ante la falta o carencia de un “tener algo que hacer”. Recientemente, el estudio de Educación 2020, surgido de la encuesta “Estamos conectados. Testimonios y experiencias de las comunidades educativas ante la crisis sanitaria”[3], diagnosticó las condiciones y herramientas con las que cuentan las distintas comunidades educativas para llevar a cabo los procesos de enseñanza a distancia. En esta encuesta participaron 3.340 personas, entre apoderados, docentes, estudiantes y equipos directivos. Dentro de los ámbitos encuestados, se preguntó por bienestar emocional. La pregunta realizada a los estudiantes fue “Pensando en cómo te has sentido estos últimos días, ¿qué emociones representan mejor tu estado de ánimo?”. De los 534 (de un total de 715) estudiantes que respondieron esta pregunta, el 63.5% -el porcentaje más alto-respondió “aburrido/a”, seguido por “ansioso/a o estresado/a” (41%) y “molesto/a o frustrado/a” (34.6%). Estos síntomas psicológicos que responden a un contexto de encierro nos invitan a buscar actividades recreativas que nos mantengan ocupados e interesados.
Este tiempo de des-ocupación –habitualmente conocido como ocio- nos devela que, en el día a día, estamos tan volcados hacia nuestras ocupaciones cotidianas (estudios, trabajos) que ante la ausencia de ellas no tenemos muy claro qué hacer. No sabemos en qué ocupar, gastar o invertir nuestro tiempo, por eso, nos aburrimos. De ahí la relevancia que adquiere para Russell (1872-1970), uno de los pensadores y matemáticos más influyentes del siglo XX, el poder ocuparnos en intereses no personales[4]. Estos intereses no personales no son “los grandes intereses en torno a los cuales se construye la vida de un hombre, sino esos intereses menores con que ocupa su tiempo libre y que le relajan de las tensiones de sus preocupaciones más serias”[5]. Russell identifica los intereses no personales como una de las seis causas de la felicidad. Indica que “el mundo está lleno de cosas, cosas trágicas o cómicas, heroicas, extravagantes o sorprendentes, y los que no encuentran interés en el espectáculo están renunciando a uno de los privilegios que nos ofrece la vida”[6]. Ocuparnos en estos intereses tendría, para Russell, múltiples ventajas o beneficios. Sin duda, nos relajan. Pero además, nos permiten proporcionar o balancear nuestras distintas actividades. “Es muy fácil dejarse absorber por nuestros propios proyectos, nuestro círculo de relaciones, nuestro tipo de trabajo, hasta el punto de olvidar que todo ello constituye una parte mínima de la actividad humana total”[7]. Poder encontrar o reencontrar alguno de estos intereses –intereses que tal vez tuvimos antes de empezar a tomarnos tan “en serio” la vida- puede ser un ejercicio interesante de llevar a cabo en estos días. Los deportes, el cine, la música, el teatro, la cocina, el dibujo, la pintura y la lectura que no esté relacionada con nuestra actividad profesional pueden constituirse en grandes entretenimientos que hoy, con ciertas limitaciones tal vez, podemos desarrollar desde nuestras propias casas. De este modo, en lugar de “matar” o “gastar” el tiempo que tenemos, podemos invertir en nosotros y en él.
El coronavirus vino, sin duda, a desestabilizarnos, pero quizás constituya una buena oportunidad para reencontrarnos con aquello que nos hace realmente feliz y así, acabar con el aburrimiento.