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Actualidad

Educar para tomar riesgos: Un desafío pendiente de la educación parvularia en Chile

 

 

M. Josefina Santa Cruz
Decano Facultad de Educación UDD
jsantacruz@udd.cl

 

Si bien es innegable que el cuidado y la seguridad son objetivos centrales en el diseño de actividades educativas para niños pequeños, también el encuentro temprano con experiencias de aprendizaje de un cierto nivel de riesgo es una oportunidad de desarrollo, que pienso, podría ser un buen desafío para nuestra educación parvularia.

Así lo han entendido países como Noruega, Dinamarca, Inglaterra y Australia donde, desde hace unos 10 años, se ha desarrollado sólida evidencia sobre la importancia de involucrar a los niños en actividades que suponen cierto riesgo y que se desarrollan en jardines infantiles con programas de aprendizaje al aire libre (“outdoor learning”). Allí, los niños pasan la mayor parte de su jornada al aire libre, a pesar de las bajas temperaturas, lluvia y viento, y aprenden a expandir las posibilidades de su cuerpo en movimiento y a enfrentarse a la incertidumbre de un territorio cambiante.

Asimismo, los niños que pasan gran parte de su tiempo en espacios exteriores tienen amplias oportunidades para aprender a valorar y cuidar el mundo natural. En efecto, estudios han demostrado que el nivel de exposición que un niño tiene a la naturaleza (por ejemplo, jugando en lugares con árboles, paseando al aire al libre, o cuidando jardines y huertos) es un excelente predictor de la sensibilidad y preocupación por el medio ambiente que dicho niño manifestará de adulto (Blair, Giesecke, & Sherman, 1991; Chawla, 1998; Lohr and Person-Mims, 2005).

El juego con cierto riesgo es aquel que provee desafíos y oportunidades para probar límites físicos. En general, este tipo de actividades incluye la sensación de velocidad, vértigo, o de estar al borde de caer y perder el control del propio cuerpo (Little, Wyver, & Gibson, 2011). En esta clase de juego, el desafío es emocionante y atractivo, pero el resultado es incierto: por ejemplo, escalar y balancearse en estructuras o árboles de cierta altura, deslizarse por resbalines de mayor velocidad, correr o saltar sobre objetos o terrenos más precarios (elásticos, cadenas, arena, nieve), columpiarse hasta alturas considerables, bajar en patines, bicicleta o monopatín por pendientes pronunciadas, etc. La literatura también ha demostrado que el juego al aire libre con cierto nivel de riesgo permite que los niños aprendan a manejar el peligro en situaciones futuras  (Sutton-Smith, 1997; Smith, 1998; Adams, 2001; Apter, 2007), acrecienten sus habilidades motoras y espaciales (Grahn et al, 1997; Fjørtoft, 2000; Fiskum, 2004), y desarrollen resiliencia y confianza en ellos mismos.

Hay varios estudios que demuestran que los niños se sienten naturalmente atraídos hacia este tipo de juego, e incluso los educadores de párvulos coinciden en los beneficios del juego con cierto grado de riesgo (Little, Sandsester, & Wyver, 2012). La aprobación con la que cuenta el juego al aire libre en conjunto con el énfasis sobre el juego en las nuevas bases curriculares de la educación parvularia y su núcleo de corporalidad y movimiento, representan una oportunidad única para incentivar este tipo de actividades en nuestra educación preescolar. Es de vital importancia contar con educadores expertos en aprendizaje al aire libre y preparados para proveer a sus estudiantes la seguridad indispensable para el juego con riesgo. En ambientes desafiantes aunque protegidos, nuestros niños podrán experimentar el riesgo necesario para incentivar su desarrollo.

En Chile, ya hay unos 80 jardines infantiles, muchos de ellos de la fundación Ilumina, que ya suscriben ampliamente a la metodología “outdoor learning”. La Facultad de Educación de la Universidad del Desarrollo, por su parte, desde este año dictará la carrera de Educación de Párvulos con mención “Aprendizaje al aire libre”. Tenemos una oportunidad de educar a nuestros niños para permitir el despliegue de todas sus potencialidades, entre ellas, el riesgo. Buscamos que desarrollen esa capacidad de asumir desafíos aunque implique equivocarse (caerse, rasmillarse, desequilibrarse); esta es la manera de aprender. El espacio exterior nos ofrece una gran oportunidad y abre la puerta al cuidado del planeta como territorio de todos.

Columna originalmente publicada en Revista Academia de la Facultad de Medicina Clínica Alemana-Universidad del Desarrollo, N°24: Infancia y Salud, P. 42-45.