Así lo explican los científicos Daniel Goleman y Richard Davidson (2017) al diferenciar entre empatía cognitiva, empatía emocional y compasión.
La empatía cognitiva nos ayuda a entender el modo en que otra persona piensa, lo que nos permite comprender su perspectiva. La empatía emocional nos ayuda a entender lo que otra persona siente. Y la tercera forma de empatía, la preocupación o el cuidado empático, constituye el núcleo de la compasión.
En un sentido estricto, la empatía cognitiva no va acompañada de un sentimiento empático, pensamos y creemos entender la situación que vive la otra persona. Muy diferente es la sensación de sentimientos compartidos, al sentir en nuestro cuerpo lo que el otro parece estar experimentando, a esto llamamos empatía emocional.
Ahora bien, si lo que sentimos nos molesta, nos produce una sensación incómoda o desagradable, por ejemplo cuando miramos imágenes de personas sufriendo y decidimos dejar de mirar, activamos el modo “desconexión”. Con este acto tenemos la sensación de sentirnos mejor, más aliviados, pero lo que estamos haciendo es bloqueando cualquier acción compasiva. Cuando nos referimos a la “compasión” estamos aludiendo a una disposición que nos mueve a actuar de manera concreta y que tiene como propósito aliviar el dolor, proporcionar cuidados, manifestar una actitud que se cristaliza en un “actuar compasivo”. De esta manera la compasión es entendida como una empatía más profunda y conectada con nuestra acción de hacer algo por el otro, ocurre cuando aceptando lo que sucede no apartamos la mirada sino que nos movemos hacia una acción útil.
¿Podemos desarrollar la compasión por medio de alguna práctica? ¿La meditación destinada al cultivo de la compasión puede volvernos más compasivos, más empáticos emocionales?
Los investigadores del Max Plank Institute de Leipzig (Alemania) enseñaron a un grupo de voluntarios una forma de meditación de la bondad amorosa o compasiva. Los voluntarios aprendieron a generar bondad en una sesión de seis horas, complementada con prácticas individuales realizadas por cuenta propia.
En el proceso de investigación se pudo apreciar que antes de que aprendieran este método de meditación, cuando los voluntarios miraban vídeos de personas sufriendo solo se activaban los circuitos negativos asociados a la empatía emocional y sus cerebros reflejaban el estado del sufrimiento de las víctimas como si les estuviera ocurriendo a ellos. Esto les hacía sentir mal, una sensación de malestar que se transfería de las víctimas hacia ellos mismos.
Luego se les enseñaba a empatizar con los vídeos, es decir, a compartir las emociones de las personas que estaban viendo. Los estudios realizados al respecto han puesto de relieve que esa empatía activa circuitos centrados en partes de la ínsula que se activan cuando estamos sufriendo. La empatía significa que las personas experimentan el dolor de quienes están sufriendo.
Pero cuando otro grupo recibe instrucciones sobre la compasión-sentir amor por los que sufren-, su cerebro activa una serie de circuitos completamente diferentes, los del amor parental (el amor hacia un/a hijo/a). El cerebro de quienes han recibido enseñanzas sobre la empatía parece distinto de quienes han recibido enseñanzas sobre la compasión.
Por lo tanto, podemos aprender a ser más compasivos si así lo decidiéramos, existen prácticas que nos pueden ayudar en este aprendizaje. Una buena noticia es que con pocas horas de “entrenamiento” las personas nos volvemos más compasivas, transitando del pensamiento a la acción. Al parecer estamos “cableados para el amor”. Así pareció verificarlo un profesor de ciencias en una escuela primaria, cuando preguntó a sus estudiantes si sabían lo que necesitaba una planta para vivir. Los niños y niñas levantaron sus manos para entregar sus apreciaciones: la planta necesita sol, también agua y tierra de buena calidad, dijeron los niños. Solo una niña levantó su mano y dijo: una planta necesita amor para crecer.
Gilda Bilbao
Directora Programa de Formación Pedagógica
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