La sala de clases es un espacio de desarrollo/aprendizaje para las personas -de eso no hay duda- y la literatura señala que hay múltiples factores que inciden en este proceso, tanto desde el punto de vista individual, relacional, metodológico, entre otros.
Desde el punto de vista individual, Carol Dweck (2006) plantea el concepto mentalidad de crecimiento para dar cuenta de un atributo que tienen los sujetos que demuestran tener mejores resultados y mejores desempeños en las tareas que se le proponen. Ella señala que las creencias que cada persona tiene sobre su propia inteligencia y habilidades son cruciales para su proceso de aprendizaje, planteando los conceptos como mentalidad fija (enfocados en resultados) y mentalidad de crecimiento (enfocados en procesos). Así, la investigación demuestra que aquellos sujetos en los cuales predomina una mentalidad de crecimiento, tienden a tener mejores resultados y demostrar mejores desempeños en las tareas ante los cuales se ven enfrentados.
Para lograr fomentar esta mentalidad de crecimiento en nuestros alumnos, se ha visto cómo el sistema educacional ha transformado algunas de sus metodologías y abordajes, en donde el error es concebido como parte del proceso de aprendizaje, apelando a mayor perseverancia, tolerancia a la frustración y altas expectativas en sus capacidades.
Sin embargo, esto ha tenido el riesgo de centrar al individuo en sí mismo, y no dentro de un contexto colectivo en donde la dimensión relacional también aporta al desarrollo individual, y en donde no sólo es relevante el qué aprendemos, sino también para qué o para quiénes se aprende. Así, sin darnos cuenta, hay un proceso de desarrollo/aprendizaje que ha dejado a la comunidad y a los pares de lado.
Algunas evidencias de esto pueden provenir desde el ámbito de la salud mental, que demuestran que las salas de clases chilenas, tanto en niños como en adolescentes, presentan índices preocupantes de salud mental, en donde los casos reportados de ansiedad, depresión e incluso casos de suicidio, son cada vez más altos (Minsal, 2013). Es posible ver cada día niños y jóvenes con mayores dificultades de vincularse y establecer relaciones afectivas protectoras con sus pares, excesivamente centrados en el éxito individual y con mucho temor a no cumplir con las expectativas que el entorno ha puesto en ellos. Así, sin quererlo, están formándose niños y jóvenes cada vez más solos.
Ante este contexto, es necesario reformular o complementar la mentalidad de crecimiento, muy necesaria en una sociedad cada día más dinámica, y abrir el espacio hacia una “mentalidad del beneficio”. Es así como la autora Ashley Buchanan (2017) propone complementar la teoría de Carol Dweck y plantea que no solamente es relevante el qué y cómo aprendo, sino para qué lo aprendo. Así propone desarrollar una mentalidad que redefine el éxito como “ser el mejor del mundo” y ser “el mejor para el mundo”. En lugar de utilizar la ganancia individual como motivación, los estudiantes pueden encontrar valor para ayudarse a sí mismos, a los demás, a la naturaleza y al futuro. De esta manera, plantea que los objetivos de aprendizaje alcanzados y los logros obtenidos de manera individual, adquieren otro valor cuando se sitúan en un contexto colectivo, en que el bien común prima por sobre el individual, y donde la definición de “éxito” de cada sujeto se redefine en función del impacto que tiene en el bienestar de su entorno.
Esta propuesta es interesante de revisar, profundizar y ver su aplicabilidad en nuestra metodología de trabajo en las salas de clase, porque tenemos la necesidad y obligación de formar individuos preocupados de su entorno y de quienes le rodean, empáticos, como verdaderos agentes de cambio que nuestro país necesita.
Alejandra Cheyre
Coordinadora de Prácticas
Pedagogía en Educación Básica Mención Inglés y Programa de Formación Pedagógica
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