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Actualidad

Preguntas y Desafíos

Carolina Pesce

 

 

 

 


Carolina Pesce
Docente Facultad de Educación
cpesce@udd.cl

Hace ocho años que soy profesora de habilidades de pensamiento, y a pesar de que cada año reflexiono mucho para seguir mejorando en torno a las destrezas y habilidades intelectuales, cada vez me hago más y más preguntas. Es increíble cómo cada experiencia de clases me transforma y me lleva a un ciclo de aprendizaje que no se detiene nunca.

Me he dado cuenta con la experiencia y con el pasar del tiempo que las preguntas cada año se multiplican, ¡y se complejizan!
Me gustaría compartir algunas de ellas:

¿Soy lo suficientemente sensible como para darme cuenta de que todas las estudiantes están teniendo una positiva disposición al aprendizaje? ¿Soy sensible hacia los estudiantes que no demuestran interés?
Aquí reconozco que me cuesta lidiar con los estudiantes que no tienen interés en el aprendizaje, me siento impotente hacia esa percepción que me llega a través de una mirada desinteresada, un suspiro que mira la hora o alguien que se da mil vueltas en su silla. Me desafía profundamente esa situación, y durante el semestre hago esfuerzos por intentar movilizar la motivación intrínseca de mis aprendices. Mi experiencia me ha enseñado que la mayoría de las veces, esa mirada desconfiada o despreciativa, tiene que ver con estudiantes que no han tenido la fortuna de ser reconocidos y validados en sus experiencias como aprendices, y que muchas veces eso que nosotros, los docentes, vemos como “flojera” en realidad es daño. Me parece importante contribuir a reparar esa zona de desconfianza en sí mismos que presentan muchos estudiantes.

Por otra parte, cuando pienso en el poder y los valores democráticos dentro del aula, me pregunto: ¿sentirán mis estudiantes mis intenciones de compartir el poder que hay disponible en el aula? ¿Sabrán que estoy interesada en que aprendan a arriesgar, a poner en juego sus convicciones y a confiar en quiénes realmente son? ¿Se darán cuenta de que no los quiero subyugar al orden de mis propias explicaciones sobre el mundo?

En el área del poder reconozco otro desafío importante. Primero porque se tiende a confundir el autoritarismo con la autoridad. El primero se basa en el miedo, el segundo en el amor, es decir, en la confianza de un vínculo. Pienso que el autoritarismo es algo que yo podría implantar fácilmente con algunas señales coercitivas como: “si usted no hace esto o aquello, entonces yo haré esto otro”.  Sin embargo, la autoridad es algo que se “otorga”, es decir, algo que en este caso, el estudiante le otorga a un docente. La autoridad y el respeto es algo que uno se gana a través de los propios actos. Por eso es que la autoridad es garantía, jurisdicción y confianza en que yo a mis aprendices les voy a exigir 100 y a mí misma me voy a exigir 1000. Es desafiante ser un ejemplo permanente, y más aún ser un buen ejemplo cuando me equivoco, eso sí que cuesta mucho. Darles las señales de cómo ser y actuar frente a las propias caídas o equivocaciones. El ejercicio de la autoridad entonces, lo veo como una forma de crear vínculos amorosos, afectivos y de confianza mutua, en que mis estudiantes puedan tomar decisiones arriesgadas en cuanto a sus proyectos de aprendizaje sin miedo a ser juzgados y que puedan poner en juego sus creencias y reflexiones sin el miedo a ser oprimidos por mis opiniones o por mis convicciones. Me resulta conmovedor ver que con esa confianza y esa libertad que ellos mismos conquistan a veces dan pasos agigantados hacia delante sin que ellos mismos se den cuenta.

Otra pregunta que me surge durante todos los procesos de enseñanza aprendizaje tiene que ver con mi capacidad como docente de promover el pensamiento durante las sesiones de clases. Yo siempre repito que el peor pecado educativo es creer que los estudiantes aprenden escuchando a alguien. Y, en realidad, esto es bastante básico teniendo en cuenta que hay maneras mucho más sutiles de reemplazar la actividad mental de los aprendices con el propio intelecto, por ejemplo:

Cuando un estudiante me hace una pregunta, ¿indago primero para saber el origen de la pregunta? Porque puede que ahí esté el origen de un error, o tal vez de una gran idea…

Cuando hago preguntas a la clase, ¿espero un tiempo apropiado para que los estudiantes puedan elaborar conexiones y reflexiones para sus respuestas? Lo más común es que los profesores preguntemos y después de un segundo nosotros mismos nos respondamos. No soportamos la tensión del silencio en el aula. Qué importante es esperar algunos segundos en serenidad y calma.

Y una pregunta que me hago frecuentemente en mi cruzada personal por ser una mejor profesora de habilidades de pensamiento y que ha hecho que cambie completamente mis planificaciones: Cuando planifico las actividades que se realizarán en la clase, ¿las diseño en función de que los estudiantes realicen acciones intelectuales propias de la disciplina que estamos aprendiendo o planifico muchas actividades entretenidas y motivantes? Esto es muy clave si se quiere construir un aula pensante. Los investigadores del Proyecto Cero de la U. De Harvard, dicen que para que los estudiantes desarrollen profundamente la comprensión deben realizar actividades intelectuales disciplinares. Es decir, si estamos aprendiendo Historia, debemos planificar actividades que realizan los historiadores: consultar la confiabilidad de las fuentes, elaborar argumentos, investigar hechos históricos, debatir y escribir ensayos, entre otros. Y, si estamos en un curso de matemáticas, se espera que las actividades que planifiquemos sean actividades mentales que realizan los matemáticos: resolver problemas, pensar con lógica, calcular, crear hipótesis, buscar correspondencias, entre otras. Es decir, es muy valioso tener en cuenta que en una cultura de pensamiento los estudiantes comprenden profundamente como resultado de haber realizado muchas tareas diferentes con su propio pensamiento, sin subsidio por parte de compañeros o docentes.

Podría seguir enumerando muchas preguntas más ya que tal como dice el refrán: “La docencia no es un camino al que se llega, es un camino que se hace”. Solo espero que nunca, en todos los años que me quedan como docente, nunca, deje de preguntarme qué cosas me desafían frente a mis estudiantes y de qué manera puedo seguir abriendo mi horizonte de posibilidades de aprendizaje.