Los académicos que han estudiado la adquisición de lenguaje en primera infancia coinciden en la importancia de exponer a los niños tempranamente a la lectura. Sin embargo, estudios han demostrado que hay ciertas maneras de leerle a los niños que son especialmente beneficiosas para el desarrollo de su lenguaje. La premisa es simple: mientras más habla el niño, más lenguaje desarrolla.
Con esta hipótesis en mente, los académicos estadounidenses Christopher Lonigan y Grover Whitehurst desarrollaron hace un par de décadas un tipo de lectura compartida denominada “lectura dialógica”. En diversos experimentos, comprobaron que los niños cuyos padres practican este tipo de lectura tienen vocabularios más ricos que aquellos que solamente escuchan las historias que les leen.
Antes de poder practicar la lectura dialógica es necesario establecer en el hogar una rutina de lectura compartida entre niños y adultos. Para adquirir este hábito, los niños tienen que tener acceso a libros ilustrados y el adulto tiene que mostrarse entusiasta por la lectura. Idealmente, el adulto le leerá al niño un libro todos los días. Luego de algunas semanas, es habitual que los niños comiencen a mostrar preferencias por ciertos libros y que pidan a sus progenitores que les lean el mismo libro una y otra vez.
La lectura dialógica recién comienza cuando el niño ya ha escuchado ciertos libros varias veces. Cuando el adulto percibe que el niño ya está familiarizado con los términos del libro, variará su forma de leer. En lugar de leer la historia de continuo, interrumpirá frecuentemente el relato para hacer preguntas al niño de respuesta corta sobre las ilustraciones que ve. Por ejemplo, preguntará “¿Qué hay acá?”, “¿Cómo se llama esto?”, ¿”Qué color es este?”, etc. Estas son preguntas de primer nivel. El adulto debe evitar hacer preguntas que el niño pueda responder señalando en la página como “¿Dónde está el perro?”. Si el niño no conoce los nombres de los objetos que hay en las ilustraciones, el adulto los nombrará por él y corregirá aquellos nombres que el niño diga equivocadamente.
Cuando el niño responda las preguntas acertadamente, el adulto debe confirmar su respuesta y expandirla brevemente. Por ejemplo, si la pregunta era “¿Qué ves aquí?” y el niño responde “Perro”, el adulto puede expandir diciendo “Hay un perro”. Es importante que las expansiones sean limitadas, para que el niño pueda reconocer su respuesta en el comentario del adulto. Muchas veces bastará con repetir la respuesta del niño dentro de una oración completa. A medida que el niño adquiere más vocabulario, las expansiones pueden volverse más complejas.
Una vez que el niño conoce la mayoría de las palabras necesarias para describir las ilustraciones del libro, el adulto puede comenzar a hacer preguntas de segundo nivel. Estas son preguntas abiertas que implican respuestas más largas como “¿Qué está pasando acá?” o “¿Qué está haciendo este personaje?”. Igual que en el nivel anterior, el adulto confirmará las respuestas del niño mediante una breve expansión.
Finalmente, el adulto puede hacer preguntas de tercer nivel, que buscan conectar lo que sucede en el libro con la vida real. Por ejemplo, el adulto que lee una historia sobre un perro policía puede preguntar al niño si se parece al perro que ellos tienen en la casa. Lonigan asegura que las preguntas de tercer nivel debieran ser infrecuentes y que es mejor no estar apurados por llegar a ellas.
Las mismas premisas que justifican la efectividad de la lectura dialógica son ciertas para el intercambio diario entre niños y adultos. Los niños adquirirán más lenguaje con ayuda del estímulo de un adulto. Por ejemplo, los adultos deben evitar formular preguntas con respuestas simples de sí o no, e intentar, en cambio, hacer preguntas abiertas que obliguen al niño a usar más palabras. Una y otra vez los estudios demuestran que la mejor manera de incrementar el vocabulario de los niños es hablando con ellos y dejando que ellos nos hablen.