Por María José Palmero B.
Coordinadora Área Psicología
Facultad de Educación
¿Sabías que en la actualidad, un grupo cada vez mayor de psicólogos está trabajando para poner el foco de su quehacer en el desarrollo del potencial humano, es decir en cómo las personas comenzamos a vivir de manera más completa, con sentido y felices? La psicología positiva está preocupa de que las personas logremos la máxima sensación de bienestar posible y de las formas para alcanzarla.
Primero es importante entender, qué determina la felicidad. Según Sonja Lyubomirsky (2008), licenciada en psicología en Harvard y doctora en psicología social de la Universidad de Stanford quien ha liderado varias investigaciones al respecto, determinó la existencia de tres factores que explican la felicidad de las personas:
1. El valor de referencia o componente genético que cada uno de nosotros tiene, es la predisposición biológica a la felicidad. Nacemos con una capacidad mínima y máxima para experimentar el bienestar. Este factor influye en el 50% de nuestra felicidad.
2. Las circunstancias de la vida como: nuestra situación social o económica, la comuna o país donde vivimos, estemos sanos o enfermos, tengamos un auto o no, etc. Este factor influye en el 10% de nuestra felicidad.
3. La actividad intencionada son aquellas acciones que nosotros mismos realizamos para sentirnos bien. Este factor influye en el 40% de nuestra felicidad.
A partir de los resultados, podemos observar que nuestra genética es la mayor responsable de nuestra felicidad, lo que podría desilusionarnos porque “no tenemos mucho que hacer al respecto”, pero el punto importante es que es responsable de determinar nuestra máxima capacidad y nuestra mínima capacidad de bienestar, podríamos llamarlo el piso y el techo de nuestra felicidad. Dado que nuestra capacidad mínima y máxima de felicidad no puede modificarse y a que las circunstancias de la vida tienen poco impacto en la felicidad, conviene focalizarnos en aquellas acciones que realizamos conscientemente para lograrla. No significa que ganar la lotería, alcanzar la titulación, cambiarse de casa, obtener un siete en el ramo más difícil, no nos reporte alegría, probablemente nos provoque mucha alegría, pero esa sensación durará un tiempo determinado y luego nos adaptaremos a vivir con esa nueva situación. ¿Qué podemos hacer entonces para aumentar nuestro nivel de felicidad permanente? Focalizarnos en nuestras acciones intencionadas: ¿qué puedes hacer concretamente para ser más feliz? Te invito a hacer un pequeño ejercicio. ¿Podrías describir lo que ves en la siguiente imagen?
Probablemente la mayoría de nosotros vea “un grupo de alumnas sentadas en una sala”. Pero lo importante es lo que interpretamos de lo que vemos. Por ejemplo, alguien podría interpretar que es mal curso porque no ponen atención al profesor, mientras otra persona puede interpretar que es un excelente curso porque completan la tarea cuando el profesor lo pide. ¿Cuál de las dos interpretaciones alude a la verdad, o es más correcta? Probablemente ninguna, o ambas, según como se mire. Aquí surge una pregunta crucial: si ambas interpretaciones son igual de posibles, ¿cuál elijes?
¿Te imaginas cuánto impacto tienen las interpretaciones que los profesores hacen de sus estudiantes, no sólo para abrir o cerrar posibilidades de aprendizaje, sino cómo esas interpretaciones impactan en el bienestar de ellos y el tuyo? Cuando un estudiante pide la palabra constantemente tú lo puedes interpretas como un niño que interrumpe y no te deja realizar la clase o bien, un niño que está muy motivado por lo que intentas enseñar. A partir de lo que interpretamos, surgen emociones asociadas y realizamos acciones al respecto: si interpreto que el niño interrumpe, me molesto y lo hago callar. Si interpreto que está motivado, me alegro y le doy la palabra.
La invitación está hecha: sé consciente de cómo interpretas las situaciones que vives con tus estudiantes ya que impactará en tu nivel de felicidad y en el suyo.