La educación es un vector por donde se traza buena parte de nuestras vidas y las de nuestros hijos, por ello es un tema central en el desarrollo de las familias y países. Muchos esfuerzos se realizan a nivel de políticas públicas, sin embargo, persisten brechas significativas, en particular en aquellos grupos de niños y niñas más vulnerables, en los que sus posibilidades de un futuro mejor están vinculadas al capital educativo que logren acumular.
Las reformas en educación se han concentrado en aspectos estructurales “duros”, la “obra gruesa”, más todos sabemos que en ella no se puede habitar, se requiere de las terminaciones, que además de inversión económica, su calidad está condicionada al cuidado y dedicación con que se realizan.
Chile dispone de evidencias significativas de sus inversiones en educación, en el año 2011 ya destinaba una proporción del PIB superior al promedio para la OCDE. Ello también se refleja en el porcentaje del presupuesto de la nación destinado a educación, el que supera al promedio de la OCDE en todos sus niveles (18% versus 13%). Durante los últimos años el presupuesto estatal para el sector educacional ha crecido en mayor proporción que el presupuesto público total. (MINEDUC – OCDE, Junio, 2013).
Si bien esto merece el debido reconocimiento, la transformación del sistema demanda poner atención a un conjunto de variables “blandas” que posibilitan una cultura de efectividad en la Escuela, factores que, según sean positivos o negativos, definirán eficacia o ineficacia escolar. Reyes, Murillo & Martinez-Garrido, los resumen en: a) Sentido de comunidad; b) Liderazgo educativo; c) Clima escolar y de aula; d) Altas expectativas; e) Calidad del currículo y las estrategias de enseñanza; f) Organización del aula; g) Seguimiento y evaluación; h) Desarrollo profesional de los docentes, entendido tanto como actitud hacia el aprendizaje continuo y la innovación; i) Implicación de las familias; e j) Instalaciones y recursos.
Otros investigadores han puesto el acento en características del profesor, Goldhaber et al. señalan que sólo el 3% de la contribución de los profesores estaba asociado a la experiencia, grado obtenido y otras características observables, y el 97% restante, estaría asociado a cualidades del comportamiento que no se pueden aislar, como el entusiasmo y habilidad para transferir conocimientos. Carol Dweck, da cuenta de dos sistemas básicos de mentalidad, cuyas raíces están en creencias sobre nosotros mismos que afectan la manera en que manejamos nuestras vidas: la mentalidad fija y la mentalidad de crecimiento. En educación es clave la mentalidad del educador, cómo enfrenta las equivocaciones, los errores, los problemas y dificultades. Una educación efectiva requiere de profesores con mentalidad de crecimiento, es decir, que evalúan los desafíos como una posibilidad para desarrollar sus habilidades a través del esfuerzo, nunca piensan que están fracasando, sino que están aprendiendo, así mismo abordan los procesos de aprendizaje de los estudiantes. Dweck, también pone en cuestión la práctica cultural de padres y profesores de alabar la inteligencia y talentos de los niños en la esperanza de alentar su confianza y logro, sin embargo, encontró que ésta tendría un efecto contrario, pues dañaría su motivación y sus desempeños. Los niños dudan de sí mismos tan pronto algo es difícil o si no anda bien, son esclavos de las alabanzas.
Una contribución al desarrollo de mentalidad de crecimiento, emerge de la perspectiva apreciativa, que basa su mirada en “cuestionar creencias obsoletas, erróneas o inefectivas” (Subiriana & Cooperrider), sería una disposición mental “que lleva a las personas a descubrir sus fortalezas y sus aspiraciones, a soñar desbloqueando su imaginación y creatividad, a diseñar propuesta de posibilidades”. La interacción profesor alumno se sitúa desde una mirada de la posibilidad y no desde la escasez, descubriendo lo mejor que tienen, imaginando y construyendo a través del diálogo lo que se puede ser e innovando lo que será.
La tarea de alcanzar una educación efectiva, es altamente compleja, junto a las condiciones estructurales, requiere profesores con un bagaje técnico pedagógico y un desarrollo de sus competencias sí mismos y relacionales, que dé lugar al despliegue del potencial de todos los estudiantes con independencia de sus condiciones de entrada al sistema escolar.
En síntesis, un profesor firme y cercano, con capacidad para escuchar los estados de ánimo de sus alumnos, interesado, que establece interacciones horizontales, que crea condiciones para el desarrollo de un espacio emocional apreciativo, que potencia el valor intrínseco y el genuino interés por aprender de sus estudiantes.
¿Cómo avanzar? Algunas iniciativas que van más allá del diagnóstico
El marco del Espacio Europeo de Educación Superior, incluye las competencias emocionales sobre el funcionamiento personal, social y académico de los estudiantes, así como en la efectividad y bienestar del docente “como competencias básicas en la escolaridad obligatoria y en los objetivos de formación inicial del profesorado.
UNESCO, enfatiza el aprendizaje a lo largo de la vida, concretándolo en territorios que aprenden, escuelas y familias que aprenden, el aprendizaje como un proceso social, altamente valorado y buscado, una sociedad que tiene posibilidades de una educación continua, formándose y desarrollando habilidades para afrontar la diversidad y demandas emergentes propias de un contexto de cambios turbulentos y de alta complejidad.
“Los analfabetos del siglo XXI no serán los que no sepan leer ni escribir sino los que no puedan aprender, desaprender y reaprender” (E. Morin)