En el día internacional del Juego es oportuno reflexionar sobre su verdadera conceptualización: una expresión libre y autoiniciada por los niños y niñas, alejada de una actividad lúdica dirigida por los adultos. El juego es una poderosa forma de aprendizaje. Los niños aprenden interactuando con su entorno y éste les brinda la oportunidad de explorar, imaginar y desarrollar su curiosidad. A través de estas experiencias, los niños ensayan la realidad y descubren el mundo, fomentando la creatividad, resolución de problemas y capacidad de experimentar. Sin embargo, es común ver en espacios educativos que esta actividad queda relegada a momentos cortos de recreo y desvinculados de instancias pedagógicas.

Es urgente que, como educadores, demos un paso al lado y dejemos de ser protagonistas en las experiencias de aprendizaje, ya que es un momento rico que nos permite escuchar y observar activamente para ajustar nuestra enseñanza. Promoverlo no requiere de grandes inversiones, ni espacios ricos naturalmente. Basta con organizar el ambiente para brindar múltiples oportunidades en que los niños salgan al exterior y puedan interactuar de forma espontánea con elementos que les permitan una diversidad de acciones posibles. Insto a los educadores y líderes educativos a que reconozcamos el valor de jugar al aire libre en los programas educativos y a cuestionarnos: ¿por qué insistimos en educar a los niños al interior de las aulas?

María Luisa Salazar Preece

Directora de Formación Práctica

Facultad de Educación, Universidad del Desarrollo