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Gilda Bilbao en Revista Ya con reportaje sobre ChatGPT

El 2 de marzo, en su primer día de clases, novatos de Ingeniería Comercial en la UC se congregaron en el Auditorio Francisco Rosende para oír las palabras de bienvenida de su decano, José Miguel Sánchez.

Él leyó un texto que llevó impreso. El discurso era correcto, pero aburrido, reconoce.
No decía nada que los estudiantes no supieran: que este año enfrentarán nuevos desafíos, que debían aprovechar las actividades extracurriculares que ofrece la universidad, y así.
Entonces, el decano dobló el papel, lo dejó sobre un mesón y les contó a todos que él no lo había escrito, sino que lo había redactado el ChatGPT, el cada vez más popular software de inteligencia artificial que recurre al deep learning o aprendizaje profundo para generar textos que podrían haber sido redactados por humanos, pero con una rapidez —y una facilidad para encontrar y relacionar información— que nuestros cerebros nunca alcanzarán.

Muchas cabezas antes distraídas o inmersas en sus teléfonos se levantaron en señal de interés.
Sánchez aprovechó entonces de hablar sobre lo que realmente le interesaba: la velocidad del cambio, liderado por las nuevas tecnologías, y los desafíos que esto plantea para la educación.
—Le había pedido al chat que escribiera un discurso entretenido y lo que me tiró fue un texto plano, pero razonable. Cuando lo leí, los alumnos deben haber pensado: viejo fome —dice riéndose.
De su experiencia, resume:

—Como toda nueva tecnología, la inteligencia artificial ofrece oportunidades y desafíos.
Yo no la prohibiría jamás.
Pero hay que aprender a usar este chat, porque entrega muchos errores, cita mal, hace referencias falsas.

De eso, hay bastante evidencia e incluso historias hilarantes.
Por ejemplo, a Gazi Jalil, periodista y director de la Escuela de Periodismo de la UDP, el ChatGPT o Generativa Pretrained Transformer le dijo que “Gabriela Mistral y Lucila Godoy son dos importantes poetas de América Latina (sic)”.

“Los sistemas de machine learning pueden aprender tanto que la tierra es plana como que es redonda”, ironizó el famoso lingüista y filósofo estadounidense Noam Chomsky en The New York Times.
Pero si la inteligencia artificial puede entregar información incorrecta, también puede hacerlo sin ética, porque estos chats reproducen prejuicios y estereotipos: María-Noel Vaeza, directora regional de ONU Mujeres para las Américas y el Caribe, compartió hace poco un análisis global que reveló que el 44,2% de 133 sistemas de inteligencia artificial presentaba sesgos de género.

El ChatGPT apareció a fines del año pasado, llegando a 10 millones de usuarios diarios en menos de 40 días.
Pero está lejos de ser la única opción disponible: también están Chat Sonic, Perplexity AI, YouChat, Microsoft Bing, Jasper Chat o Character AI.

—Algunos ven en esto amenazas y otros, oportunidades.

Yo creo que debemos movernos rápidamente a la adaptación, y no quedarnos inmovilizados.

La idea es estar por delante y no detrás de los cambios —dice al respecto Mónica Retamal, directora ejecutiva de Fundación Kodea, quien lidera una serie de iniciativas relacionadas con tecnología y educación.

En la misma línea, Catalina Araya, directora de Educación de Fundación País Digital, advierte:

—Esta tecnología en ningún caso reemplaza la labor docente ni el rol social que tiene la escuela o la universidad, y puede tener muchos beneficios si logramos conocerla y adaptarla a entornos de aprendizaje.

El desafío está en preparar a los niños, niñas y jóvenes para un mundo que tendrá retos complejos, desconocidos, donde la tecnología estará constantemente desafiándolos.

Pero esto no es fácil.

A medida que este tipo de inteligencia artificial va llegando de facto a las salas de clases, el sistema educativo está siendo puesto en jaque.

Porque si antes el clásico copy-paste era aprovechado por los alumnos, el riesgo se triplica con esta herramienta que genera textos nuevos, por lo general imposibles de rastrear, y —como ya vimos— a veces errados y sesgados.

¿Qué aprenderán los alumnos si una aplicación, que sin duda usarán cada vez más, piensa y escribe por ellos?

—Un estudiante podría decir: ¿para qué voy a aprender a dibujar si esto lo hace mejor? ¿Para qué tengo que saber redactar si esto ya redacta? Los profesores deben diseñar formas de enseñanza y evaluación en las que los estudiantes puedan hacer buen uso de estas tecnologías, evitando que se usen para obtener buenas calificaciones sin tener un conocimiento profundo de la materia —advierte Daniel Schindlower, senior manager de Analytics, Data Science e IA en Deloitte.

Este dilema fue el tema escogido por la Facultad de Educación de la UDD para inaugurar su año académico, a través del seminario internacional “ChatGPT: amenazas, desafíos y su impacto en la educación”, realizado la primera semana de marzo.

Gilda Bilbao, directora del Programa de Formación Pedagógica de esa universidad, fue una de las panelistas.
Asegura que se optó por abordar este tema porque genera interés y desconcierto.
—El asombro es la principal emoción, seguida por la incertidumbre y cierto temor.
Algunos expertos consideran que la inteligencia artificial marcará un antes y un después, tal como lo hizo Google en su momento.

Las aplicaciones son enormes e incluso desconocidas —comenta y agrega:

—Las tecnologías han sido un riesgo para la educación formal en muchas ocasiones.
Hace unas décadas fue debate la incorporación de la calculadora en la educación; hoy su uso está extendido y en general las investigaciones señalan que bien utilizada promueve el aprendizaje.
Pero mientras no entendamos el pensamiento como problematizar, cuestionar, relacionar, buscar soluciones diferentes, quizás el riesgo sea que nos conformemos con las respuestas del chat, sin tener un juicio valorativo sobre ellas.

Javier Vega Ramírez, doctor en Ciencias Humanas y académico del Instituto de Ciencias de la Educación de la Universidad Austral, tiene una visión similar.

Y da un ejemplo:

—Lo mismo pasa con los smartphones en el contexto educativo: mientras algunos discuten si integrarlos, otros aún están por prohibirlos (…) Para nadie es un conflicto que se use el corrector ortográfico, quizás porque hay claridad de que esa herramienta no reemplazará la acción humana.

En el caso de los chats de inteligencia artificial, el riesgo está justamente en pretender ese reemplazo, lo que haría que el docente termine evaluando la eficacia en el uso de la herramienta en vez de la calidad investigativa del estudiante.

Frente a estas tecnologías, el riesgo de que el estudiante termine generando una dependencia nociva es real y tiene un nombre: despersonalización.

Miguel Sanhueza Olave, doctor en gestión del conocimiento y académico de la UTEM que comenzó su vida profesional enseñando programación en el Liceo Politécnico Galvarino N° 2 de La Cisterna, la describe así:

—Es lo que ocurre cuando el alumno no puede resolver problemas sin la ayuda de la tecnología, y pierde la capacidad de pensar críticamente —explica.

Pero luego advierte:

—El uso de la inteligencia artificial no es una moda: nos enfrentamos a algo que vamos a asimilar sí o sí; por lo tanto, hay que adaptarse.

A las tecnologías se las ha maltratado, considerándolas como algo accesorio a lo formativo, cuando tienen que estar integradas.

La gran pregunta es cómo.
Hasta ahora, la respuesta del mundo educativo ha sido dispar, y se concentra en los años superiores de los colegios y en la educación superior.

Por ejemplo, el llamado Grupo de los Ocho, que concentra a las universidades más renombradas de Australia, anunció que volvería a las pruebas orales y a las evaluaciones “con lápiz y papel”, mientras que, en Estados Unidos, la prestigiosa Universidad de Brown anunció que rediseñará sus sistemas de evaluación.

Pero también se han tomado decisiones a nivel escolar.
Es el caso de la ciudad de Nueva York, donde el chat se prohibió en las escuelas públicas.

En Chile, la mayoría de los expertos en educación sugiere caminos intermedios, donde las nuevas tecnologías se complementan con presentaciones orales, exposiciones, debates y trabajo en terreno.

—Hay que innovar en educación a partir de esta nueva realidad.

La pérdida de habilidades críticas y de resolución de los problemas por parte del estudiante puede ser un efecto negativo de estas nuevas tecnologías si no existe una adecuada tutoría de un profesor.

Cuando hay una guía docente capacitada, esta desventaja se puede convertir en un beneficio —explica Sergio Quijada, Phd en Modelación y Simulación, y académico de la Universidad de los Andes.

Pero esta discusión, advierte Tania Romero, investigadora del Departamento de Educación y Perfeccionamiento del Colegio de Profesores, está más cerca de las élites que de las salas de clases.

Tania es profesora de educación media en artes visuales, tiene un magíster en antropología y ha ejercido principalmente en colegios subvencionados de la zona sur de Santiago, donde las prioridades, particularmente luego del covid-19, han sido otras.

—El profesorado de los niveles iniciales y básico en su mayoría desconoce qué es y cómo opera la inteligencia artificial, y lo que sabe probablemente derive de temas que aparecen en series y películas —comenta.

Para Tania, el gran riesgo está en que los alumnos están acostumbrados a producir “evidencias de aprendizaje” para su evaluación, lo cual genera pasividad con respecto al aprendizaje.

—Esto replica la dependencia que las y los estudiantes tienen de los docentes, desplazando el criterio de validez desde lo que dice o hace el profesor a lo que propone la inteligencia artificial —advierte—.

Las herramientas digitales aceleran el manejo de datos, lo que permite conocer más en menor tiempo, y ayudan al desarrollo de intereses tan diversos como la creación de imágenes, música o resolución de problemas y mecanismos.

Todo esto estimula la autonomía en el aprendizaje.

Sin embargo, es altamente probable que el uso del grueso del estudiantado sea que la inteligencia artificial “lea” y “produzca” textos, informes y otros, empobreciendo finalmente las funciones metacognitivas.

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