El Sistema de Medición de la Calidad de la Educación, desde sus inicios, ha generado una suerte de rivalidad entre los actores del sistema educativo chileno. Algunos demonizan su existencia, otorgándole la culpa de instalar prácticas en los centros escolares y específicamente en las salas de clases de instrucción más que de aprendizaje, de preparación más que de enseñanza, convirtiéndose en el antagonista de la historia y en la amenaza más concreta para los profesores que siguen una línea constructivista de la educación. Si la innovación es el desafío de mucho de estos actores, el SIMCE pasaría a ser “la piedra en el camino” para que estos proyectos se lleven a cabo.
Por otra parte, están aquellos que ven en este instrumento evaluativo, la única forma de entender y comprender qué es lo que está ocurriendo en miles de aulas escolares, de saber cómo están aprendiendo niños y jóvenes de nuestro país, y cuáles son los establecimientos escolares donde se requiere enfocar las acciones de apoyo a nivel de política pública. Le han llamado “el termómetro” de un proceso educativo enfermo y promete ser la herramienta más efectiva para encontrar la cura.
Pero, en estricto rigor ¿qué es el SIMCE? ¿Cuál es el sentido de esta evaluación? La recién conformada Agencia de Calidad de la Educación, lo define como el sistema nacional de evaluación de logros de aprendizaje, que entrega la ley número 20.529 referida al Sistema de Aseguramiento de la Calidad de la Educación Parvularia, Básica y Media, que tiene como objetivo principal: “Mejorar la calidad de la educación para que todos los estudiantes del país tengan igualdad de oportunidades y puedan desarrollar plenamente sus potencialidades” (www.agenciaeducacion.cl).
La Agencia de Calidad de la Educación, es la institución encargada de coordinar este proceso y es quien tiene la tarea de evaluar y otorgar orientaciones a las escuelas, que las guíen hacia un mejoramiento en la calidad de lo que se está impartiendo y logren entregar a la sociedad, oportunidades educativas equitativas y efectivas. Este fin se concretiza, obteniendo información relevante para la medición del sistema escolar a través del SIMCE, que intenta revelar el progreso (y a veces retroceso) que están obteniendo todos los establecimientos de nuestro país.
El SIMCE, constituye un aporte significativo para los establecimientos escolares y para sus profesores, ya que permite conocer de manera sistemática, si están alcanzando el mínimo con sus estudiantes. Pero ¿por qué para algunos esto parece ser una aberración y una peligro para la educación?
En un primer lugar, se cree que este instrumento responde a principios conductistas, ya que actúa en base a premios o castigos. Efectivamente, el tener buenos o malos resultados, trae consecuencias para cada comunidad educativa, como que a través de la publicación de esta información, la sociedad realice un juicio público, frente a la forma que se están desarrollando los procesos en los establecimientos. Además, el hecho de que los resultados de este instrumento y logro de estándares de aprendizaje, constituyen un alto porcentaje de la metodología empleada para ordenar a los establecimientos según desempeño, de acuerdo a la Ley Generar de Educación, genera aún más controversia y discusión al respecto.
En segundo lugar, se piensa que el SIMCE al estar basado en estándares, no respetaría la diversidad que se puede encontrar en una sala de clases, de niños, de sus ritmos de aprendizaje y de sus formas de aprender.
La diversidad, no es un concepto que se acabe con los estándares, sino que se liquida con malas prácticas. Se hace honor a la pluralidad cuando un docente es capaz de generar aprendizaje, a través de la implementación de variadas metodologías de enseñanza, de tener altas expectativas de sus alumnos y de creer que cada uno de ellos tiene las habilidades para alcanzar las metas establecidas.
Los estándares y en consecuencia el SIMCE, son los instrumentos que permitirán generar consciencia de los que está ocurriendo en cada escuela, los que darán las señales y entregarán el camino para un mejoramiento continuo, en este caso, de los contenidos y metodologías que tienen lugar en las salas de clases. Los profesores, protagonistas de estas mediciones, contarán con la clave para asumir una reflexión sobre sus prácticas y a partir de esta, podrán tomar decisiones que busquen una mayor calidad en los procedimientos que están llevando a cabo.
Es de esperar que los establecimientos tomen en consideración que los buenos resultados no sólo pasan por una práctica permanente de contenidos, sino que por una gestión basada en lograr aprendizajes integrales de calidad, sin desmerecer todas las áreas formativas que propicia el curriculum.