Claudia Andrade Ecchio
Docente Pedagogía en Educación Básica con mención Inglés
Doctora en Literatura e Investigadora de La Otra LIJ
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Las Bases Curriculares vigentes de la asignatura de Lengua y Literatura, por un lado, reconocen a los y las jóvenes como agentes de transformación social y, por otro, persiguen el desarrollo de competencias comunicativas que posibiliten su participación activa y responsable en la sociedad. De hecho, el propósito del ramo es que los y las estudiantes sean “ciudadanos y ciudadanas conscientes de que viven insertos(as) en una cultura que interactúa con otras y es dinámica; capaces de ejercer su libertad en armonía con los demás, libres de prejuicios y otras formas de discriminación, y que tienen las herramientas para participar activamente en sociedad y ser agentes de los cambios sociales” (p.33).
Frente a este desafío, el rol de los y las docentes es fundamental, en particular en el área del desarrollo de la lectura, la escritura y el pensamiento crítico; de hecho, innumerables investigaciones en torno a la lectura literaria y la escuela (Cerrillo, 2016; Chambers, 2015; Colomer, 2005; Machado, 2002; Petit, 1999) concluyen que la lectura —al igual que la escritura— constituye una forma de acceso al saber y a la cultura, así como “un camino privilegiado para construirse uno mismo, para pensarse, para darle sentido a la propia experiencia” (Petit, 1999, p.74). Bajo este prisma, quien media un libro forma parte de ese proceso de aprendizaje, lo que significa involucrarse en lo que los(as) alumnos(as) leen, cómo leen, qué habilidades lectoras poseen, qué prácticas y/o saberes asocian a esa lectura, qué experiencias y conocimientos tanto personales como colectivos se ponen en juego, qué efecto tanto cognitivo como afectivo se produce (o se espera provocar), entre otros.
En este contexto, la literatura escrita y/o destinada para niños, niñas y jóvenes cumple un papel fundamental, en la medida que, a través de ella, los(as) lectores(as) comienzan a familiarizarse con las convenciones del lenguaje literario —connotativo y simbólico— así como con el contexto histórico en que dichos textos han sido producidos, lo que les permite comprenderlos, interpretarlos y enjuiciarlos. En palabras de Cerrillo (2016): “En el aprendizaje literario escolar debemos recordar siempre que, tanto en la infancia como en la adolescencia, se dan niveles diferentes y progresivos en las capacidades de comprensión lectora y de recepción literaria” (p.83); a raíz de ello, el investigador español afirma que esta literatura —aquella que se aleja del didactismo moralizante y de la autocensura de temas complejos— es clave en los inicios de la formación literaria de las personas, pues, al dirigirse a destinatarios diferenciados por su edad de modo específico, posibilita una identificación positiva con los personajes y sucesos narrados, lo que colabora en el desarrollo de la introspección y la empatía, a través de la formulación de preguntas, la elaboración de juicios y el aprendizaje de otras formas de ser, estar y pensar el mundo.
En este sentido, quienes cumplen la función de mediar esta literatura —sean padres, docentes, bibliotecarios, booktubers, etc.— se convierten en lo que Schmidt (1987), a propósito de la comunicación literaria, describe como ‘agentes de transformación’, sujetos que actúan como ‘primeros lectores’ de un texto literario y que, con posterioridad, son quienes compran, recomiendan y/o proponen el libro al niño, niña o adolescente, quien se convierte, de este modo, en el ‘segundo lector’. Esta ‘posición ambivalente’ de los textos escritos para este público lector ya ha sido descrita por Shavit (1999) y es, precisamente, en esta doble construcción del destinatario donde subyacen las bases teóricas de la mediación lectora.
Sin embargo, es necesario que quienes median esta literatura —en el caso del aula escolar, los y las docentes— lo hagan desde una perspectiva crítica, la que no solo debe circunscribirse a los criterios de selección de los libros pensados para la instancia de mediación, sino, y principalmente, ocuparse del análisis, interpretación y discusión de los discursos presentes en estos textos literarios. Desconocer la dimensión ideológica de esta literatura es no comprender que estamos frente a una práctica social específica, institucionalizada por el mundo adulto a través del mercado editorial y la industria cultural, que transmite y/o discute determinados modelos de ser y estar en el mundo, en términos de género, etnia, clase, rango etario, postura política, visión económica, memoria histórica, entre otros. Por ello, aquella mediación unidireccional —desde el adulto hacia el niño(a) y/o joven—, que no promueve el debate y la experiencia de lectura colectiva, que no privilegie la participación del lector y su propia postura frente a lo leído, que no considere los mecanismos ideológicos que todo texto pone en juego y que busque solo entretener, no contribuye al desarrollo de estrategias de lectura que apunten, precisamente, a potenciar el pensamiento crítico y la autonomía en el proceso de aprendizaje.
La literatura infantil y juvenil no es inocua ni mucho menos ‘inocente’; es una práctica literaria intencionada, que persigue un efecto concreto en sus lectores y que, por lo tanto, debe ser leída no desde la condescendencia o el menosprecio, sino desde una posición cuestionadora. En este sentido, una mediación que solo busque que los(as) niños(as) y jóvenes lean solo porque hay que leer es insuficiente. Si queremos —como postulan las Bases Curriculares— potenciar que niños, niñas y jóvenes tengan una participación activa en la sociedad y sean verdaderos agentes de cambios sociales, es imprescindible que, como mediadores(as), seamos conscientes de las complejas dinámicas de lectura que demanda tanto el currículum actual como las vivencias concretas de este público lector, y que relevemos una mediación de la literatura infantil y juvenil que permita, como dice Cassany (2006), ‘leer entre líneas y tras las líneas’, que sea atingente a las necesidades formativas y experienciales de los y las estudiantes, que ponga en discusión los discursos que esta literatura construye en torno a la infancia y la juventud, y que, frente a textos que perpetúan y naturalizan ciertos modelos valóricos y/o culturales ya obsoletos, los ponga en evidencia y deconstruya.