Mariana Gerias
Directora Académica
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“Únicamente por la educación puede el hombre llegar a ser hombre. El hombre no es más que lo que la educación hace de él«
Esta frase de Immanuel Kant da cuenta que la educación no sólo no es un proceso trivial, sino que se trata del proceso transformador fundamental del ser humano. Sólo pasando por un proceso educativo el hombre puede llegar a ser hombre. Pero, ¿qué quiere decir esto? ¿Es posible deducir de esta frase que un hombre no educado simplemente no es hombre? Si ser hombre significa simplemente la pertenencia biológica al género humano, evidentemente el hombre es hombre incluso desde antes de nacer. Sin embargo, a lo que apunta Kant con esta frase es que el hombre es lo que es desde el despliegue de sus posibilidades o potencialidades. Esta característica distintiva del hombre –la necesidad de construirse y de autoconstruirse- sitúa a la educación en un lugar central, no sólo para el ser humano en su individualidad, sino para la humanidad o para la sociedad. Desde aquí surge la pregunta por qué es la educación, qué es aquello que hace que el hombre llegue a ser hombre. Tal vez el mejor modo de abordar esta pregunta no es desde el qué es la educación, sino el para qué educamos. Preguntar por el qué es indagar en una definición que esconde o contiene, en sí misma y la gran mayoría de las veces de forma implícita, el para qué. Preguntar por el para qué, por el contrario, nos invita a esclarecer el sentido de la educación. Relevar el sentido de la educación no es sólo intentar dilucidar su objetivo, propósito o fin, sino tal como plantea Maximiliano Figueroa, nos remite a la estimación del valor[1], en la medida que “(…) encierra la captación de un fundamento o base axiológica que sostiene, de un principio que anima, impulsa y justifica un proceso en sí mismo, en tanto proceso”[2].
En tal medida, el sentido de la educación exige preguntar por un ideal de ser humano a formar. Si el hombre es sus posibilidades, estas han de ser encauzadas –a través del proceso educativo– de acuerdo a principios que, como seres humanos en sociedad, consideremos valiosos. Esto es especialmente importante en una época como la nuestra, caracterizada por el sociólogo y filósofo polaco Zygmunt Bauman, como un “tiempo líquido”, una época incierta, que exige flexibilidad y que implica la fragilidad de los vínculos humanos[3] y la fragmentación de las vidas. En una época como la nuestra, señala Bauman, “el miedo constituye, posiblemente, el más siniestro de los múltiples demonios que anidan en las sociedades (…). Pero son la inseguridad del presente y la incertidumbre sobre el futuro las que incuban y crían nuestros temores más importantes e insoportables”[4].
La educación en nuestro tiempo parece preparar para la seguridad, para certezas, para la habilitación profesional que posteriormente se constituirá en el medio central para la supervivencia. La educación, en palabras de Paulo Freire, ha sido una pedagogía de la respuesta, de la adaptación, de la “castración de la curiosidad”[5] y, en tal sentido, en lugar de dar respuesta a un ideal de hombre a formar, forma para la realidad actual, para combatir fervientemente el carácter incierto de esta. En lugar de educar para el pensamiento crítico, para la duda, para la pregunta que no siempre tiene respuesta pero que invita a pensar y a dialogar, estamos educando para una certeza inexistente o, al menos, imposible de alcanzar. Porque, tal como señala Freire, “(…) la pedagogía de la respuesta es una pedagogía de la adaptación y no de la creatividad. No estimula el riesgo de la invención y la reinvención. Para mí, negar el riesgo es la mejor manera de negar la existencia humana”[6]. Desde aquí, el sentido de la educación está en formar ser humanos libres –no atados a “certezas” o respuestas–, dispuestos a pensar, a dialogar, a mirar al otro y a entender que el mundo se construye con el otro desde la crítica, desde el compromiso y desde la búsqueda del bien común. Por ello, volviendo a la frase de Kant, diríamos que el hombre sólo es hombre cuando es capaz de sustraerse momentáneamente de la realidad –de esta realidad incierta, cambiante, rápida y que exige respuestas- y es capaz de comprometerse con el riesgo y la aventura de pensar para volver a esta realidad y hacer de ella, un lugar mejor.