La literatura ha demostrado abrumadoramente la correlación que existe entre el nivel socioeconómico de los estudiantes y sus resultados académicos. Es tanta la evidencia que tenemos acerca de esto que parece tentador pensar que las escuelas son inútiles si no se resuelven primero problemas sistémicos que hacen de la pobreza la principal responsable de la falta de oportunidades.
Sin embargo, un estudio realizado por una investigadora chilena, junto a académicos de la Universidad de Stanford (Claro, Paunesku, y Dweck, 2016), muestra resultados que abren una oportunidad que no podemos dejar pasar, pues releva el valor de las escuelas y el rol crucial de los profesores y la cultura escolar en el futuro de los niños.
Los investigadores tomaron datos del SIMCE de 2º medio del año 2012 para ver si existía alguna relación entre los resultados de los estudiantes y sus creencias sobre la inteligencia. En base a las teorías de inteligencia creciente y fija desarrolladas por Carol Dweck (2006), Claro y sus colegas pensaron en la hipótesis de que los estudiantes que creían que ésta es algo que puede acrecentarse tendrían mejores resultados en las pruebas de Lenguaje y Matemáticas.
Los autores encontraron que los estudiantes chilenos que concebían la inteligencia como algo que puede aumentar obtenían mejores puntajes en las pruebas SIMCE a lo largo de los distintos deciles por nivel socioeconómico. En otras palabras, los estudiantes de un decil que piensa que la inteligencia puede acrecentarse obtuvieron mejores puntajes que sus pares en el mismo decil que piensan que ésta es fija. Esta unión entre mentalidad y resultados académicos confirma lo que la evidencia internacional ya había demostrado.
Lo interesante del estudio es que los estudiantes del grupo más pobre que cree que la inteligencia se puede mejorar obtuvieron el mismo puntaje en Lenguaje que los niños del nivel socioeconómico alto que creen que es fija. O sea, la creencia de que la inteligencia es algo que se puede mejorar “amortigua” o modera el efecto de la pobreza en el rendimiento académico.
Para promover una mentalidad de inteligencia creciente entre nuestros estudiantes, Dweck (2007) recomienda que los profesores transformemos el lenguaje que usamos en la sala de clases para mandar mensajes que refuercen la idea de sus capacidades como algo incrementable.
Esto significa promover que los desafíos, las tareas difíciles y los errores sean entendidos como valiosas oportunidades de mayor aprendizaje, donde nuestro esfuerzo – y no nuestro talento innato – juega un rol clave. También, implica cambiar la forma en que felicitamos a nuestros estudiantes, repitiendo frases como “¡Se nota su esfuerzo!” y no “¡Qué niño más inteligente!”.
Hay muchos niños que cuando escuchan elogios como “qué dibujo más lindo, serás el Picasso de la familia“, lo que de verdad escuchan es “no debería dibujar nada que sea difícil o se darán cuenta que no soy como Picasso”.
Por último, los docentes pueden enseñar explícitamente a sus estudiantes a incrementar la capacidad de su cerebro. Por ejemplo, un profesor de Historia puede explicar la importancia de comparar la historia de los Incas estudiada en la unidad anterior con la nueva información sobre la historia de los Aztecas, porque nuestro cerebro se hace más poderoso y eficiente cuando organiza información en forma de patrones.
Si tener una mentalidad de inteligencia creciente puede compensar, en parte, las desventajas que significa vivir en la pobreza, entonces es más urgente que nunca que los profesores logremos crear en las escuelas, y también en las universidades, una cultura donde las salas de clase son un lugar para compartir errores y no sólo para decir respuestas correctas, donde lo más importante no es parecer inteligente sino aprender, donde se anima a los estudiantes a tomar riesgos buscando actividades desafiantes intelectualmente y a experimentar el placer de llegar a la meta por la perseverancia.
ORIGINALMENTE PUBLICADO EN: COOPERATIVA.CL